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Sanando familias: la crianza desde las heridas de la infancia.

Por Genoveva Rodríguez-Castañeda


La crianza es una de las mayores aventuras de la vida, nos da raíces y nos hace sentir que importamos, pero también es uno de sus desafíos más profundos. Para muchos de nosotros, no hay nada como el viaje de criar hijos para despertar recuerdos y sentimientos de nuestra propia infancia.


A veces, estos recuerdos son hermosos y nutritivos, y transmitir los juegos y las risas a la siguiente generación es una de las mayores alegrías que la vida puede ofrecer.


Otras veces, revelan heridas que llevamos muy dentro: momentos profundos de negligencia, crítica, abuso o necesidades no satisfechas que moldearon nuestro sentido de identidad.


Cuando criamos desde el “niño herido” interior, podemos encontrarnos reaccionando de maneras que no comprendemos del todo—repitiendo patrones, sintiéndonos activados o luchando por dar a nuestros hijos lo que nosotros mismos nunca recibimos. Por ejemplo, una amiga se paralizó cuando su hija adolescente le pidió que la llevara a una protesta por los derechos LGBTQA+. Sintió una descarga eléctrica y miedo desde la columna hasta las piernas. Siguió adelante y llevó a su hija a la protesta, pero se quedó sintiendo el miedo de haber crecido en un país donde las protestas se convertían en caos y significaban golpizas, desapariciones y cosas peores. Por suerte, estaba lo suficientemente centrada como para dejar que su hija fuera, sin permitir que sus propias vivencias marcaran la vida de su hija.

Otra amiga ha sido traumatizada por el terror de su madre. Verás, su madre fue severamente abusada y crió a su hija con tanto miedo a ser abusada o acechada por otras personas que no puede usar una bata en visitas médicas u hospitales. Así es como el trauma se transmite de una generación a otra.

Nuestra madre fue oprimida por nuestro padre y entonces nos convertimos en opresoras de nuestros esposos. Crecimos en el caos y nos volvemos perfeccionistas y sobre exigentes que no nos damos un minuto para respirar y cometer errores.



¡Pero hay Esperantza! Al trabajar en nuestro niño interior—esa parte de nosotros que aún anhela consuelo, seguridad y amor incondicional—e integrarlo, podemos romper ciclos, sanar viejas heridas y convertirnos en los padres que nuestros hijos necesitan. A continuación te comparto cómo puedes iniciar este viaje transformador.



5 maneras para sanar las heridas de tu niño interior:

1. Reconoce tus detonantes y patrones

Comienza notando cuándo te sientes desproporcionadamente molesto, enojado o impotente como padre o madre. ¿Hay momentos en que el comportamiento de tu hijo despierta emociones fuertes? Estas suelen ser pistas de heridas no resueltas de tu propia infancia. Escribir en un diario o hablar con un amigo de confianza o terapeuta puede ayudarte a identificar estos patrones.


2. Practica la autocompasión


Tu niño interior necesita la misma amabilidad y comprensión que intentas dar a tus hijos o a tus mejores amigos. Cuando te sorprendas siendo autocrítico o avergonzado por tus errores como padre/madre, haz una pausa y ofrécete palabras amables: “Estoy haciendo lo mejor que puedo. Está bien tener dificultades. Puedo aprender de esto y crecer.” La autocompasión ayuda a silenciar la voz crítica interna y, en cambio, reconforta al niño herido que llevas en la memoria.


3. Recrea a tu propio niño interior

Date lo que necesitabas de niño. ¿Anhelabas más afecto, ánimo o seguridad? Busca pequeñas formas de darte esto ahora—ya sea a través de un diálogo interno positivo, creando rutinas reconfortantes o buscando relaciones de apoyo. Recuerda, nunca es tarde para nutrir tu propio corazón. Tu subconsciente tiene un enorme poder de sanación. Para este paso es muy útil buscar terapia y “volver” a esos momentos para hablarle a tu niño interior con ternura, dándote la seguridad, el amor y la comprensión a los que tenías derecho pero que, por una u otra razón, no recibiste de tus padres.


4. Establece límites saludables


A veces, nuestras heridas hacen difícil decir que no o expresar nuestras necesidades. Practica poner límites con los demás (y contigo mismo) que protejan tu bienestar. Esto puede significar tomar un descanso cuando te sientas abrumado, pedir ayuda o limitar el contacto con personas que despiertan viejos dolores. Los límites saludables son un regalo tanto para ti como para tus hijos.








5. Busca conexión y comunidad

Nadie sana en aislamiento. Cuando estamos heridos, creemos que somos las únicas personas en el mundo a quienes les ha pasado esto. Pero, créelo o no, hay muchas personas que, como tú, fueron heridas y lucharon por sobrevivir a su infancia. Así que acércate a otros—ya sea un grupo de apoyo, un terapeuta o amigos que entiendan tu camino. Compartir tu historia y escuchar las experiencias de otros puede traer consuelo, perspectiva y esperanza. La conexión nos ayuda a recordar que no estamos solos.




¿Cuál es el impacto de sanar nuestras heridas de la niñez?


Sanar nuestras heridas es el cimiento sobre el que edificamos nuestro ser y nuestras relaciones. Cuando atiendes las heridas de tu niño interior, modelas sanación, resiliencia y amor propio para tus hijos. Les enseñas que está bien tener grandes emociones, cometer errores y pedir ayuda. Creas un hogar donde todos pueden crecer—empezando por ti. Además, las heridas infantiles que sanas te evitan criar desde el niño herido y tus experiencias traumáticas pasadas, sino desde el momento presente.

Criar desde un lugar de sanación es un viaje y no se trata de ser perfecto. Se trata de estar presente, ser honesto y estar dispuesto a hacer el trabajo interior. Al cuidar al niño herido dentro de ti, rompes ciclos generacionales y ofreces a tu familia el regalo de un futuro más pacífico y amoroso.


Recuerda: Tu niño interior merece la misma ternura que deseas para tus mejores amigos y tus hijos. Comienza con pequeños pasos, celebra tu progreso y sabe que cada acto de auto cuidado se expande—cambiando no sólo tu vida, si no la de quienes amas.

Si esto resuena contigo, considera compartir este blog, esto abrirá puertas para hablar sobre tu propio camino o buscar apoyo. La sanación es posible, y tú la mereces. Si aprendiste algo nuevo, comparte este blog.

 
 
 

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